Una vida perturbada cuyo espíritu demanda la libertad de sentir el viento en el rostro y el rugido ensordecedor de una máquina creada para hacer alucinar a su piloto que puede dominar el mundo a través de la velocidad en dos ruedas. Estos vehículos, son las alas del joven resentido y que en las noches padece de esa ansiedad emanada de un ocio infligido por un sistema social en decremento víctima de una corrupción sin precedentes, en esa esfera ahora conocida como Neo Tokyo.
A simple vista el Tokio del 2019 (fecha de la primera publicación del manga / Japón 1982) nos da la impresión de ser una megalópolis prístina, con sus luces de neón y una estructura con opulente grado de progreso, que en primera instancia no da pista de todo el mal que se incuba en sus arterias que conectan los suburbios con la ciudad. La vida no pudo haber sido fácil después de la III Guerra Mundial; Otomo crea la primera escena de su obra con el estallido atómico que nueve horas después abre paso a un nuevo conflicto (1988), todo lo contrario a lo ocurrido en Nagasaki cuando Fat Man interpretaba la última estrofa de esa opera trágica llamada guerra.
El autor no hace referencia documental acerca de una ciudad antes de lo que somos testigos, sin embargo lo que se nos infunde como Akira, toma forma como algo místico, legendario y de profundo respeto divino, ya que como Dios, Akira se puede sentir pero nadie le ha visto aún. Mito o realidad, tanto a Kaneda como al resto de su banda de motoristas poco les importa lo que hace o deje de hacer el gobierno del coronel Shikishima y su ejército, en ese ámbito de evidente abandono de toda esperanza, las drogas y el vandalismo propios de una ideología nihilista y pandilleril, parecen ser el único aliciente para calmar y a su vez encender esa furia incontrolable de los nuevos baby boomers, en su búsqueda por una identidad que reclama su adolescencia "independiente" rumbo a la perdición.
Bajo el estandarte de la supervivencia, vienen los enfrentamientos motorizados que nos dejan entrever la desesperación concebida por la imposición de una subcultura urbana en donde la anarquía abre paso a un nuevo orden del caos, en el que una carcajada es el producto de la satisfacción de ver a otro más que muerde el concreto. En ese mismo contexto, Tetsuo se refugia en su rebeldía para así ocultar su baja autoestima, mientras que su mejor amigo Kaneda, demuestra actitudes de líder innato, cual joven que pareciera haberse acostumbrado al sufrimiento. Dentro de este margen, ambos chicos traducen sus resentimientos al lenguaje del desacato a toda autoridad impuesta bajo el régimen que tanto odian, y ese mismo odio se trastorna cuando se encuentra cara a cara con su propio origen.
Queda encubierta toda explicación acerca de razones reales y metas a lograr de los chicos, los cuales solo responden a un instinto desenfocado de una realidad tanto infundada como vivida en carne propia, cuya expresión traerá más calamidades que soluciones para los problemas de su fraternidad y para el país completo, en un estéril consenso de batalla que son las calles y autopistas de la nueva Tokio.
Incapaces de contener su ira, somos testigos de la última disputa entre Clowns y Capsulas (banda de Tetsuo y Kaneda), teniendo como resultado un extraño accidente y posterior secuestro de Tetsuo por parte de los militares del gobierno; horas después de la detención aparecen Kei y Kai, dos activistas integrantes de una rebelión eco de una desilusión e impotencia ciudadana y que serán puntos fuertes para el desenlace de la trama. A partir de aquí se revela el carácter real de cada uno de los personajes, la debilidad de Tetsuo y la frustración de Kaneda como miembros de una hermandad casi en desintegración.
Al borde del colapso y clara arbitrariedad, se puede hacer juicio de un método legal atisbado de corrupción; poco después, se manifiesta la relación entre Akira y Tetsuo como resultado de una serie de experimentos que ha venido realizando el gobierno después de 1988 en pos de producir una energía absoluta personificada por un ser humano que de testimonio del inicio de una nueva civilización. Resultado de esto son los Espers, tres niños condenados con la vejez prematura, tatuados con números en la palma de sus manos a propósito de señalar el orden en que fueron expuestos a pruebas científicas, sus existencias se sostienen en la misma idea del origen de Akira, una excusa para mantener la paz, pero confinados bajo el nuevo símbolo de progreso de la ciudad, el monumental estadio olímpico, en ese mismo sitio y sus alrededores se consuma el fruto de todo lo que envuelve a Akira, la resurrección de éste como supremo exponente de un intento por querer ser como Dios, y la incontinencia de la energía que posee Tetsuo, en tanto que Kaneda enfrenta la nueva naturaleza de su mejor amigo quien busca refugio emocional en lo que sólo conoce por el nombre de Akira, encontrándose así Kaneda con su propia redención que no hace más que atisbar de culpas a ese monstruo amorfo que ahora es Tetsuo, mientras que una nueva explosión devela que lo ocurrido en 1988 fue causado por el propio Akira, pero la causa de esta conlleva a algo más complejo.
Otomo nos presenta su obra más larga y controversial dentro de los parámetros de la crítica social; el autor nos deja un final abierto a interpretaciones, sin dejar pistas de lo que ocurrirá con los chicos después del desastre, así, se nos muestra una imagen en espiral acorde con un mundo que vuelve a cometer los mismos errores, pero con la esperanza de una nueva vida para todos.
El manga en cuestión resulta más íntimo que su versión animada, poniendo de manifiesto aspectos muy personales de cada uno de los chicos. Tetsuo se convierte en una especie de anti-heroe, en tanto Kaneda logra un eventual grado de coherencia y madurez. Situaciones insólitas como el cráter que hace Tetsuo en la Luna no son expuestas en la versión animada, así como la relación entre los Espers con la lider espiritual Lady Miyako de la secta en honor a Akira y su respectivo protagonismo en última instancia, haciendo del anime casi un resumen de lo que el manga describe, incluso en este, el mismo Akira llega a pasar tiempo en compañía de Kaneda antes del enfrentamiento en el estadio.
En todo lo que implica su concepto, Akira continúa con el patrón de Otomo anterior a esta (a pesar de que Izo Hashimoto también participó en su creación), cuando en 1979 realizó Fireball y en 1980 Domu, esta última de temática similar a Akira; pero no es hasta 1984 cuando el autor es reconocido por su trabajo obteniendo el Kodansha Manga Award precisamente con Akira.